Hugo Díaz nace en el mítico Santiago del Estero, acunado por el sortilegio de leyendas y salamancas, telesíadas, montes de algarrobos, salitral y una soledad inmensa. El rumor de la palabra de Ricardo Rojos, el rescoldo tibio de Manuel Gómez Carrillo y de Andrés Chazarreta, las noches calurosas en que las estrellas velan con una claridad impresionante, el sueño de casi todos con el catre en los patios, la vida rodeada de música por doquier, con abuelos quichuistas memorizando las zambas viejas, ñaupas, que con su inestimable y sutil belleza brotan de la guitarra, del bombo, del arpa y del violín, que ha recordado un viejito ciego o una viejita guardadora de vidalas, hasta que le llegan a Hugo Díaz, el niño prodigio; el ushuto, el shulko, que sabe el misterio de la música desde que nace, o antes, en el vientre de su madre. Como si fuera un destinado por Dios para este milagro de verter con fluidez el arte nativista que su heredad le comunica, aunando además talento y musicalidad.
Este santiagueño es grande, inmenso algarrobo entre todos los músicos, a cuya sombra bienhechora crecieron muchos grandes artistas. Nació en Santiago del Estero, el 10 de Agosto de 1927, y murió en Buenos Aires en 1977, donde vivía hacía muchos años.
Este Hugo Díaz, risueño, jovial, de cara redonda como un pan, de hermosos ojos negros, de labios gruesos, siempre mordaz, con su tonada santiagueña, hacía más ocurrente todo lo que decía, como un niño feliz de hacer divertir con sus chistes a los demás. Su ternura, su don carismático, su sentido de la amistad, fueron un distintivo en él. Podía deslumbrar con su maestría en la armónica, con su tic jazzístico. Era intuitivo y valioso, por su osadía de tocar con misma gracia, improvisando, imitando a sus amados fantasmas de la gran música. Tocaba también el violín, el piano, el contrabajo y el bajo con increíble soltura, ya que se inició como bajista en una banda de jazz, allá en Santiago, cuando andaba en los comienzos de la que sería su vida, la música.
Debutó en la radio de Santiago, en 1936. Era un niño cuando tomó parte de la primera orquesta folklórica, creada por el consejo de Educación de Santiago del Estero. Bajo la dirección del maestro Leopoldo Bonell, actuó como solista de la armónica. El director de orquesta Juan Carlos Barbará, lo contrata en Buenos Aires, allá por el año 1944, y debuta en la confitería Hurlingham, actuando como intérprete de música nativa.
Corre el año 1946 y Chacay Manta lo invita a formar parte del conjunto. Por ese entonces, ya había una serie de amadores fieles del folklore. Un sueño de juventud fue su primer conjunto integrado por Victoria Cura, su esposa, como cantante, Domingo Cura, su cuñado, percusionista y los guitarristas José Jerez, julio Carrizo y Nelson Murúa. Victoria era su cantante y con ella, santiagueña de voz bellísima, llegan a la gran capital.
Una mano abierta es la de Félix Pérez Cardozo (1908-1252). El honorable y bien querido músico nacido en Paraguay, que adoptara a tantos músicos paraguayos y argentinos con su famoso conjunto en el que su arpa paraguaya cobra significado nivel. Así que él, Félix Pérez Cardozo, fue el que abrió paso a Hugo Díaz, que se ganó enseguida el cariño y la admiración de todos los artistas. En esa cocina hogareña, que es el compartir las noches en las peñas, es donde TK, el sello grabador, contrata a Hugo para hacer su primer disco. luego en Odeón grabaría un repertorio más completo y en RCA encabezó la lista de éxitos.
Para Hugo, el sueño del pibe se había cumplido. A su lado, una profusión de músicos de absoluta idoneidad, llegan para conformar el más importante enjambre de talentos, Alcira, esposa de Domingo Cura, es siempre la fiel comunicadora con todos ellos. Una época gloriosa es la de Kelo Palacios, Mariano Tito, Eduardo Lagos, Osvaldo Berlinger, Oscar Alem, Eduardo Ávila y Domingo Cura, una excelencia, junto a Domingo Cura en percusión.
En verdad, era un placer oír contar a Hugo cómo había tocado el cielo con las manos. En Estados Unidos toca junto a Lous Armstrong y Oscar Peterson; valía la pena haber vivido. A raíz de su actuación en Leverkusen (Alemania), contó con el apoyo de la Casa Hohner, fabricante de las armónicas que utilizaba, que puso a Hugo, junto a sus más grandes intérpretes, en la galería de retratos de su sede central. En Bélgica (1953), pudo conocer a los grandes de la armónica, Toots Thielemans y Larry Adler. Hugo ya tenía su lugar en el mundo. Waldo de los Ríos, una figura en España e Inglaterra y generoso anfitrión de los argentinos que iban allí, lo invita a grabar junto a él. Actúa en Oriente Medio, en Japón, en Roma, en la Scala de Milán, junto a figuras como Renata Tebaldi y Mario Del Mónaco, de renombre en el canto lírico.
Así, después de una vida agitada, vuelve al pago. Vuelve a la patria y no es fácil, una vez pasada la primera excitación de la llegada. No será lo mismo conformarse con lo cotidiano, volver a una vida rutinaria, tolerarse y tolerar la exagerada y abrupta caída desde el cielo. Hugo se ríe por fuera pero no será fácil, ya que las posibilidades se limitan en trabajo. El talento prueba el sabor amargo y riguroso de sentir el dolor, la parálisis, de la rutina en lugares nocturnos, hablando de lo que fue, aguantando, resistiendo. Aún habría un obra grabada, de excelentes frutos. El manantial deja brotar canciones como la que hace con Ariel Petroccelli, aquélla Zamba del ángel.
Al morir Hugo, unos días antes, Victoria llenó de lágrimas sus hermosos ojos árabes, verdes como tunal, por su adorado esposo, y lo acompañó hasta el último hálito de vida. El éxito de Mavi, hija única de ambos, no alcanzó a ser visto por su padre, pero la hija de Hugo Díaz y Victoria es digna de ese hombrón maravilloso, que cantó a su Santiago, con el sonido de la armónica, que gimió y alcanzó la exquisita vibración de lo que llamamos música.
Recopilación Hugo Marcelo Cejas en la página:
http://hugodiaz.ar.tripod.com
Hugo Díaz – Tango
Año 1970
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