Siempre que muere alguien cercano, no hay dudas, a
los integrantes de su círculo más íntimo se les estruja el corazón. En el caso
de Domingo Castro “Mingo, el Negro, Beke…” ocurre lo mismo, pero el círculo es más
amplio, menos acotado a la amistad y con más variables de opinión con respecto
al muerto. No voy a cometer la misma torpeza de las notas necrológicas y
lamentaciones tan lacrimógenas, como mentirosas.
La
consternación por la muerte del Negro –además de mi cariño y cercanía- proviene
por otro lado, ese lado que no cuentan las necrológicas preestablecidas. Porque
el Negro debió pelear contra la ligereza de quienes lo criticaron y “vivieron”,
pero a la hora de los bifes, sabían que tenía una habilidad que se podía
explotar; y siempre se intentó lograrlo con el menor costo posible. ¿Tenía
defectos? Seguro que sí… Y seguro, que varios o muchos, como lo prefieran. Pero
contrarrestando todo eso, tenía un sentido de la lealtad, del compañerismo y de
la solidaridad poco común entre los que he conocido y frecuentado, por transito
de vida o circunstancial de trabajo.
Cuando analizaba algo, lo hacía con una precisión
y agilidad mental extraordinaria. En mi caso, muchas veces me sacó de errores
que creía eran aciertos formidables, cuando en realidad eran contradictorias
con mi pensamiento, dado por la velocidad o apuro en la que debía escribir o desarrollar una idea en el micrófono. Y eso, en el medio periodístico no se da todos los días. Casi siempre se
deja pasar porque el puesto puede caer en mí; y con egoísmo, te dejan caer en
el abismo de la estupidez y el ridículo.
Cada cosa que armaba en su cabeza, ya tenían
destinatario, aunque pudiera verse una actitud individualista y anárquica en la
resolución. Eso le pasaba porque no se atenía a las reglas establecidas: “Debés
tener una banca para encarar eso”. Siempre renegó de lo formal y si él
consideraba que la idea y la propuesta era buena, podía llegar a embargar hasta
sus bienes para ponerla en marcha. Su vida fue una hipoteca, estaba signada a
ocupar lugares con esfuerzo, ideas y convicción. Le sacaba jugo a las piedras
–como todo pobre- y arriesgaba todo a una apuesta que creyera que era importante, no para él, si
no, para el conjunto. Él no hacía cosas solo, siempre lo hizo en conjunto, otro
mérito que se le pueda sumar, aunque ya pudo colegirse.
El Negro, padeció incomprensión, denuestos,
críticas y hasta desprecios, pero jamás traicionó, jamás aprovecho una
circunstancia o depredó una amistad o relación por intereses espurios. Era como
fue, sin vueltas y con la constancia tan corta como la vida de sus proyectos.
Fue genial al armar una familia, fue un padre que no hizo gala de la rectitud,
todo lo que hicieran sus hijos tenían –para él- una explicación lógica y sus
enojos con ellos eran cuasi cómicos. Se le puede criticar mucho, pero su vida
fue poner el cuerpo adonde cupo, no donde quería. Y su cuerpo lo castigó como
nadie y pagó las consecuencias. Sin embargo, sin bancas, sin plata, con solo su
entusiasmo, su bonhomía y sus sueños, supo ganarse un lugar en el cariño de
mucha gente. Estuvo siempre al lado de los humildes, clubes, radios, diarios y
gentes, los que como él, debían inventar para zafar día a día. Eso hizo que
muchos se aprovecharan, pero a la larga, El Negro, El Mingo, El Beke, los dio
vuelta y demostró que se podía. Gracias por tu compañerismo, gracias por las
horas vividas. Gracias Mingo por las risas y las amarguras que compartimos. En
todo caso, para hacerlo más fraternal: Gracias por haber pasado por mi vida. Indefectiblemente, ya nos volveremos a encontrar.